viernes, 23 de octubre de 2009

El mejor día de Gilberto


Una de las historias más hermosas que hayan ocurrido en un campo deportivo, sucedió en Ciudad Universitaria, hace unos seis o siete años; jugaron Pumas-América. Un buen amigo mío, Pepe había venido al Distrito Federal de Cancún, donde vive, junto con su esposa Alejandra. Era viernes, su abuelo organizó al día siguiente una comida para reunirlos con otros famliares a los que desde hace tiempo no veían. Hablaron de esto y de lo otro, y, por supuesto, surgió el tema del futbol. "Quién juega mañana?", Preguntó Pepe. "¡Pumas- América, nada menos y, si te aveintas, yo les consigo boletos! ¿Cómo ves?", le propuso su tío José. Pepe miró a Alejandra. Ella sonrió. "¡No se diga más", aceptó mi amigo feliz.



También estaba en la reunión otro primo, Gilberto. Había padecido diabetes desde los cinco años de edad, poco después quedó ciego; su vida había sido complicada, muy difícil; una vida de hospitales y privaciones.

Ahora tenía 20 años. "¿Por qué no me llevas al fut?", le pidió a Pepe. "Pero...¿para qué?", le contestó Pepe, sorprendido. "Quisiera sentir un partido... jamás he ido a un estadio", repuso Gilberto. Al día siguiente se fueron muy temprano, en autobús, al estadio de Ciudad Universitaria. Se bajaron en Insurgentes y caminaron por la explanada. Encabezaba Pepe la fila para abrir paso, aunque ni falta hacía porque todos los aficionados se hacían a un lado para ayudar al extraño cortejo de seis personas, pues además se había agregado otra pareja y Gilberto había llevado a su novia, también invidente.



El momento en que salían del túnel hacía la tribuna, coincidió con un "¡Gooooya!" gigantesco. Pepe aún recuerda el rostro de su primo. Fue como si viera por primera vez el mar, como si presenciara el primer amanecer de su vida. Tanto él como su novia se convirtieron, en ese momento, en la imagen viva de la alegría. Se sentaron del lado del América, frente a la Ultra, aunque en ese tiempo todavía no estaban las porras separadas. Gilberto se hizo pronto el personaje más popular de la tribuna. "¡Ves menos que yo!", le girtaba al árbitro. Aceptaba refrescos, capoteaba bromas, escuchaba con atención la narración de las jugadas que a su novia y a él les hacían quienes estaban cerca, miraba jugadas que nadie más veía, volteaba a la derecha cuando la pelota estaba a la izquierda y al centro cuando el baól había salido; festejó con su bastón blanco en alto los goles del América y de los Pumas, pues el juego terminó empatado. Cuando salieron, los porristas se enfrentaban a puñetazos, pero, corteses y atentos, suspendieron su violento afán para permitirles el paso; luego siguieron sonándose a placer.



Por la noche, Alejandra y Pepe se enteraron, por televisiçon, de las noticias: la gresca había sido fenomenal, habían volcado el autobús del América, había no sé cuántos heridos y cuántos detenidos. "¡Qué burros somos, cómo pudimos atrevernos!", comentó Alejandra arrepentida. En eso sonó el teléfono, era Gilberto: "¡Pepe, me has hecho vivir el mejor día de mi vida!, ¡gracias!" dos meses después, murió Gilberto.



Autor: Desconocido


2 comentarios:

  1. wow

    me dieron hasta escalofrios...

    me sorprende la pasion con que personas invientes, o con alguna discapasidad, se aferran a la vida y esos momentos, me atrevo a decir que los disfrutan mas.
    y nosotros q estamos perfectamente , frecuentemente estamos de quejumbrozos..


    exelente post

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  2. Wow!! Impresionante lo que nos narras.
    Uno no valora lo que tiene, o lo que posee hasta que vives las carencias de otro, por medio de las experiencias como ésta.
    El mejor regalo de Pepe es haberle dado esa gran satisfacción a Gilberto, que esté donde esté, lo ha de agradecer de sobre manera.
    Buuu… casi me haces llorar, jeje

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